14.5.12

Teresa Wilms. VIII

Paseaba por un callejón de cementerio.
Entre lápidas grises  y sombrías  yedras,  de pronto aca-
rició mis ojos una nota de luz y de calor.
Era una rosa té.
Acerquéme a ella y le hablé con aquel lenguaje que
sólo poseemos los enamorados del azul, el lenguaje
que se habla a las flores y piedras preciosas, y  le pre-
gunté.
De dónde vienes princesa té?
Abrió  sus  pétalos  la  rosa  embalsamando  la  necrópo-
lis, y con voz de ramaje y de fuente me contestó:
Fue  mi  cuna  un  cráneo joven. Mis pétalos son las  ho-
ras de  amor de una  doncella  que se  olvidó de  desper-
tar a los quince años.
Ella  duerme,  y  yo canto  sobre su lecho la canción  de
sus besos a ruiseñores y alondras.
Al venir  la noche  el ruiseñor refresca su lírica gargan-
ta  en la  primera  perla  de rocío que me regala el sere-
no,  y  cuando  amanece,  la  alondra viene a buscar en mi
corazón  la  dulzura  con  que  ha de despertar a los hom-
bres del mundo vivo.
El  graznido  de un  cuervo silenció la voz de la rosa que
se recogió en sus pétalos tímida e infantil.
Me  postré  entonces  sobre  la  piedra,  y con aquel len-
guaje  que  se  habla  a  las  flores,  dejé a la doncella
muerta.
Duerme  juvenilia,  soñando  en  el  amor  que  te  encen-
dió el alma.
La  tierra  es un  amado con  labios de narcótico y  carne
de pétalos.


De "Anuarí"

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