23.11.12

Aphra Behn. Reflexión: una canción


Lamentando el rigor de su destino
    la pobre y perdida
Serena a una ribera sola subió,
    y en su orilla sentada,
sus ojos, como si sobrante fuera
    el habla de su boca,
con lágrimas silentes revelaron
    el porqué de su yerro.

Pero, ay de mí! tan débiles eran,
    que en su hinchada pena
ni suspiros ni lágrimas concebían.
    Hablar o morir debe,
pero así finalmente se quejaba:
    es esta la fe -dijo-
que vos me concedeis, cruel amante,
    por la que yo os di?

Sabe el cielo con cuánta inocencia
    he inclinado mi alma
al dulce encanto de tu elocuencia,
    y os di lo que era mío.
No aparté en mi despensa alimento,
    pero a tus pies extendía
esas armas que antes conquistaban,
    pese a tus otros trofeos.

Tus ojos en silencio me hablaban
    de tal forma de amor,
que fue tan fácil para ti el triunfo
    como traicionar más tarde.
Y mi atenta alma cuando vos hablabais,
    quedaba por halagos
sin control atrapada y perdida,
    tal música adornaba tus palabras.

Ay! Cuánto tiempo en vano vos luchasteis
    por desviar mi frialdad!
Con tu amor cuánto tiempo me asediaras,
    mucho antes de ganarme!
Que artes usabais! Qué obsequios me ofreciais!
    Qué canciones! Qué cartas!
De nada prescindió para invadirme,
    con sus ojos e ingenio.

Hasta que obligaba por deberes,
    ganada por perjurios,
a todo renuncié sin hacer caso,
    y rápido fui presa.
Mientras mi ardiente llama aumentaba,
    decaia la tuya,
pues el placer robado que obligó antes
    tu estancia, ya no agrada.

A menudo testigos fueron prados,
    fuentes y arboledas
de nuestras horas y votos de amor;
    de tu traición testigos.
Caerán tus hojas, nunca más ya alegres,
    secos y exhaustos tus ríos,
mientras en tu orilla melancólica,
    recostada yo muero.

De "Las fábulas del deseo y otros poemas"
  

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