Una multitud embravecida, murmuradora, compuesta por seres que no eran humanos más que en el nombre -pues al verlos y oírlos se los hubiera creído criaturas salvajes-, se agitaba, mostrándose animada por viles pasiones y sedienta de odio y de venganza. La hora, poco antes de la caída del sol; y el lugar, la barricada del Oeste, en el mismo sitio donde, diez años más tarde, un tirani altanero levantaría un imperecedero monumento para gloria de la nación y su propia vanidad personal.
Principio de "La pimpinela escarlata"
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