5.8.13

Sylvia Plath. Todos los muertos queridos

En el Museo Arqueológico de Cambridge, hay un sepulcro
de piedra, del siglo IV a.C., que contiene los esqueletos
de una mujer, un ratón y una musaraña. El hueso del tobillo
de la mujer está ligeramente roído.

Tiesa como una vela, sobre su espalda,
Engalanada únicamente con una mueca granítica,
Esta antigua dama, conservada en un museo,
Yace acompañada por las reliquias frusleras
De un ratón y de una musaraña
Que durante un día engordaron a costa de su tobillo.

Estos tres seres, sacados ahora a la luz,
Testimonian secamente el juego brutal
De la lucha por la supervivencia,
Ante el cual apartaríamos la vista de no haber oído
A las estrellas triturar, grano a grano,
Nuestra propia molienda hasta los huesos.

¡Ah, cómo se aferran a nosotros, contra viento y marea,
Estos percebes muertos!
Esta dama no es nada
Mío, y sin embargo lo es, y estaría dispuesta
A chuparme la sangre y sorberme el tuétano
Para demostrarlo. Mientras observo su cabeza,

Desde el azogue del espejo
Mi madre, mi abuela y mi bisabuela
Extienden sus manos de brujas para llevarme con ellas,
Y una imagen amenazadora emerge a la superficie del estanque
Donde el necio de mi padre se hundió
Con unas aletas anaranjadas de pato cerniendo sus cabellos…

Todos los seres queridos que murieron hace tiempo
Regresan pronto, sin embargo,
Muy pronto. Ya sea en los velatorios, en las bodas,
En los partos o en una barbacoa familiar:
Basta un roce, un sabor, un olor penetrante
Para que esos proscritos cabalguen de vuelta

Al hogar y al santuario: a usurpar nuestro sillón
Entre el tic
Y el tac del reloj, hasta que nosotros, Gulliveres
Cadavéricos, infestados de espectros, también nos vamos
A yacer con ellos, estancados
En su mismo punto muerto, tomando las raíces por cunas de roca.

De "Poesía completa"

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