18.1.14

Margaret Atwood. El año de la gallina

Este es el año para ordenar,
para tirar, devolver,
cribar los montones, los cúmulos de objetos,
los ventisqueros, dunas, sedimentos,

o de forma menos poética, las estanterías, baúles,
armarios, cajas, las esquinas
del sótano, los rincones y armarios

-los trastos, en una palabra-,
que se han colocado aquí, atesorados,
se han arremolinado alrededor, depositados
por olas invisibles.

Por ejemplo: dos abultadas filas
de tarros de cristal para la mermelada
de aquellos veranos
volatilizados; una austera pila
de bolsas de plástico; un paraguas partido de color granate,
tan apreciado cuando estaba nuevo;

una caja de bombones con pintura de vera
guardadas para niños fantasma;
zapatos con marcas mugrientas
de dedos que un día me pertenecieron.
Fotos de chicos cuyos nombres se han perdido
(posando airosos frente a coches
cromados), muchos de ellos
están ahora muertos, otros son viejos

-objetos sucios y desgastados-, se mezclan
-digamos- como este bol de
guijarros misceláneos reunidos,
una y otra vez, en playas hoy
erosionadas o perdidas; pero lo exhumamos,
manoseando su belleza,
y los guardamos en el bolsillo como recuerdos puros
de un día que en otro tiempo fue imborrable.

De "La puerta"

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