En el silencio ante las miradas de los mortales,
Garganta abierta aquí abajo, donde cada hora engulle
Tantos gritos tan suplicantes y tan crueles;
Todos los astros lentos en el paso de su danza,
Unica danza fija, resplandor mudo de allá en lo alto,
Sin forma a pesar nuestro, sin nombre, sin cadencia,
Demasiado perfectos para revestir siquiera un defecto;
A ellos suspendidos nuestra cólera resulta vana.
Calmad nuestra sed si vais a quebrar nuestros corazones.
Clamando y deseando, su círculo nos arrastra;
Nuestros brillantes amos fueron siempre vencedores.
Desgarrad las carnes, cadenas de claridad pura.
Clavados sin un grito sobre el punto fijo del Norte,
El alma desnuda expuesta a toda herida,
Queremos obedeceros hasta la muerte.
De "Poemas, seguido de Venecia salvada"
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