30.4.15

Anne Sexton. El inventario del adiós

Tengo un paquete de cartas.
Tengo un paquete de recuerdos.
Podría arrancarles los ojos.
Podría usarlos como un delantal hecho con retazos.
Podría meterlos en la lavadora, en la secadora.
Tal vez así un poco de dolor fuese a la deriva como si de suciedad se tratara?
Quizá pudiese triturar la pérdida debajo del sumidero.
Además -vaya negocio- sin necesidad de costosas llamadas.
Sin necesidad de largos viajes en avión en medio de la niebla.
Sin necesidad de risa maníaca ni bendiciones de un cura del montón.
Ese cura probablemente siga flotando en una almohada de niebla.
Bendiciéndonos. Bendiciéndonos.

Es para bendecir tu pérdida
que estoy sentada aquí con mi alma torpe?
El tiempo del activismo ha pasado.
Tomo asiento aquí en la punta de la verdad.
Nadie a quien odiar excepto el delgado pez de la memoria
que se desliza dentro y fuera de mi cerebro.
Nadie a quien odiar excepto el áspero contacto de mi camisón
que roza mi cuerpo igual que una luz que se ha apagado.
Recuerda el beso que inventamos, lenguas como poemas,
reuniéndose, regresando, invitando, provocando una fiebre de necesidad.
Risa, mapas, casetes, el tacto cantando su senda;
todo para ser roto y guardado en una caja fuerte hermética.
Los monótonos muertos me embozan y sólo hay
negro sobre negro que mana de la caja fuerte.
Puedo destriparla y luego poner el corazón, las piernas,
y dos que fueron uno sobre una gran pila de leña
y pegarles fuego, como una vez pegaron fuego, y dejar que formen remolinos
en las llamas hasta alcanzar el cielo
volviéndolo peligrosamente rojo.




De "Antología Poética"

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