24.4.15

Carolyn Forché. La isla


  Para Claribel Alegría

I

En Deya cuando la niebla
se eleva desde las peñas llega
tan cerca de sus manos que podría
partirla en trozos como el pan.
Sostiene su bebida y gesticula
con una mano para describir esto:
qué hubiese hecho con tantos
cestos del pan.

Mi prieta, la llamada Asturias,
mi morenita. Neruda
usó la palabra negrita, y es
cierto: sus ojos, su cabello
son de un negro violento
como ciertas mañanas
de los últimos catorce años.
Lleva un vestido de algodón blanco
al que se le han cosido diminutos
espejos - cuando me busco
en ella, veo el mismo rostro
una y otra vez.

Tengo los párpados gruesos
de trabajadora eslava,
el cabello claro de sangre mezclada.
Aunque José Martí haya dicho
que hemos pasado nuestras vidas en el corazón
de la bestia, nunca la he oído
palpitar. Cuando he visto
a un animal, nunca he llegado a coger
el cuchillo. Como dirían
los norteamericanos, sólo es un oso
escarbando en la basura.

Pero no somos tan diferentes.
Cuando miramos a una persona, estamos viendo
a otra. Cuando escuchamos algo
oímos otra cosa ocurrida
en el pasado. Cuando le hablo a ella
ya sé lo que estaré diciendo
dentro de veinte años.


II

El verano pasado volvió
a El Salvador. Hace
diez años que Cenizas de Izalco
fue quemado en una plaza pública,
diez años sin plantas
de café, sin que sus ojos
cruzaran la finca como pájaros
negros dispersándose.

Era sencillo. Estaba
allí para abrazar a su madre.
Mientras caminaba por el pueblo
su sola visión hizo abrir las ventanas.
Era sencillo. Había ido a
ahondar en la memoria de un poeta,
cuyo cuerpo nunca fue encontrado.
Había cambiado? Era distinto.
En El Salvador nada ha cambiado.


III

Deya? Una hilera de dientes
los huesos del mundo, más verde
que Córcega. En inglés
no hay palabras para describir esto. No puedo
ayudarte. Aquí estoy a salvo. Tengo
todo lo que podría desear.
Por la mañana miro la cumbre
del Teix acuchillando las nubes.
En vez de pan, envío poesía
a mi país; por lo tanto, nada corto.
No doy nada, así que, según creo,
nada tengo.

Deya tiene siete chales de viento
diferentes. El cielo los sostiene
para ella, le ayuda a ponerselos.
Soy xaloc, un viento
del suroeste, tan lejano
como mi país y no hay nada
que me ayude dentro o fuera de él.

Carolina, sabes cuánto tiempo tarda
una voz eh alcanzar a otra?


1976-78




En la antología "Siete poetas norteamericanas actuales"

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