9.6.15

Erica Jong. Alcestes en el circuito poético

(In memoriam Marina Tsvietaieva, Anna Wickham, 
Sylvia Plath, la hermana de Shakespeare, etc.)

La mejor esclava
no necesita ser golpeada.
Se golpeará a sí misma.

No con un látigo de cuero,
o con varas o ramas.
No con una porra
o en el bastón de un policía,
sino con el agudo látigo
de su lengua
y el golpeteo sutil
de su inteligencia
contra la inteligencia.

Porque, quién puede odiarla la mitad de bien
de como se odia a sí misma?
Y quién puede igualar el refinamiento
de su autoviolación?

Para eso se requieren
años de entrenamiento.
Veinte años
de sutil autocomplaciencia,
autonegación,
hasta que la sujeto
se crea una reina

y sin embargo una mendiga...
Las dos cosas al mismo tiempo.
Debe dudar de sí misma
en todo, menos en el amor.
Debe elegir apasionadamente
y mal.

Debe sentirse perdida como un perro
sin su amo.
Debe referir a su espejo
todos los problemas morales.
Debe enamorarse de un cosaco
o un poeta.
No debe salir jamás de su casa
si no está disimulada con pinturas.
Debe usar zapatos estrechos
para recordar siempre su servidumbre.
No debe olvidar nunca
que está enraizada con la tierra.

Aunque es rápida para aprender
y ciertamente inteligente,
su natural desconfianza en sí misma
debería hacerla tan débil
que coquetea brillantemente
con una docena de talentos
y así se enriquece
pero no cambia
nuestra vida.

Si es una artista
y está cerca de ser un genio,
el solo hecho de su talento
debería causarle tal dolor
que entregará su propia vida
antes que ser mejor que nosotros

y, después de muerta, lloraremos
y la canonizaremos.




De "Vidas a medias"

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