20.7.15

Elizabeth Bishop. El amor yace durmiendo

La mañana, muy temprano, cambiando todas las vías
que, de cenicienta estrella a estrella, atraviesan el cielo
enganchando los finales de las calles
a trenes de luz,

nos dibuja dentro de la luz del día en nuestras camas,
y libera lo que comprime nuestro cerebro:
apaga las formas de neón
que flotan y se hinchan, y deslumbran

por la avenida gris entre los ojos
en rosa y amarillos, letras y signos espasmódicos.
Lunas de la resaca que menguan, menguan!
Desde la ventana veo

una inmensa ciudad cuidadosamente revelada
hecha hábilmente con delicadeza,
detalle a detalle,
cornisa tras fachada,

hasta alcanzar así, lánguidamente, arriba y hacia adentro,
un débil, blanco cielo que está, diríase, oscilando.
(Donde ha crecido lentamente
en cielos de jarras de cristal,

desde fundidas cuentas de acero y de cristales de cobre,
el químico, pequeño "jardín" dentro de un frasco
que tiembla y vuelve a estar ahí otra vez,
pálido azul, verde azul y ladrillo).

Apresuradamente, los gorriones empiezan su canto.
Después, en el Oeste, "Bum!" y una nube de humo.
"Bum!" y la estallante bola
de la floración florece de nuevo.

(Y todos los empleados que trabajan en plantas
donde hay un sonido que dice "Peligro", o que una vez dijo "Muerte",
se dan la vuelta en sueños y sienten
los cortos pelos erizándose

en la nuca). Se van las nubes de humo.
De un alambre de tender se recoge una camisa.
Por la calle de abajo
viene el carro del agua

lanzando su siseante abanico de nieve a través
de peladuras y periódicos. El agua se seca,
seca luz, húmeda oscuridad, el modelo
de la fresca sandía.

Oigo los diurnos manantiales de la mañana que golpean
desde muros de piedra y zaguanes y camas de hierro,
diseminadas o agrupadas cascadas,
alarmas para lo esperado.

Dudosos cupidos de todas las personas vistiéndose,
y que preparan durante todo el día la comida del anochecer:
cenarás bien,
en su corazón, en el suyo, y el suyo,

así que envíalos cariñosamente a tus encargos,
rastreando por las calles sus peculiares amores.
Azótales con rosas solamente,
sé ligero como el helio,

la mañana viene siempre para aquel o aquellos
cuya cabeza ha caído sobre el borde de la cama
cuya cara se ha vuelto
de manera que la imagen

de la ciudad disminuye en sus ojos,
invertida y distorsionada.
No. Quiero decir distorsionada y revelada,
si consigue verla del todo.




De "Norte & Sur"

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