-Hay que saber plegarse a las circunstancias, deberías aprenderlo, Judith; si no por otra cosa, por tu propio bien. De continuar así, serás desgraciada tú y nos harás desgraciados a todos los demás. -Es que no puedo -replicó ella débilmente-. Mi destino no es doblegarme al dominio de un extraño. Llevo en las venas la sangre de mi padre; no puedo.
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