18.11.15

Elizabeth Bishop. El mapa

La tierra reposa en el agua; su color es verde sombrío.
Sombras, acaso agua no profunda, en la orilla
dejan ver extensas huellas de algas en el arrecife
donde el sargazo se extiende del verde al claro azul.
O acaso se inclina la tierra para calar al mar desde el fondo,
atrayéndolo, sereno, hacia sí?
Por el fino, arenoso, dorado borde
arrastra la tierra al mar desde el fondo?

Lisa y tranquila se esparce la sombra de Terranova.
Amarilla la de Labrador donde el esquimal soñador
la aceitó. Podemos navegar estas hermosas bahías,
bajo un cristal como si de pronto parecieran florecer
o como si fueran pulcras celdas para peces invisibles.
Los nombres de los puertos se precipitan hacia el mar,
los nombres de las ciudades cruzan los montes vecinos
-aquí el impresor advierte una sensación similar
a la exaltación que excede su causa.
Estas penínsulas palpan el agua entre el pulgar y el índice
como las mujeres al sentir la suavidad de los paños.

Más suave que la tierra es el agua de los mapas
cuando entrega a la tierra la conformación de sus olas:
la liebre de Noruega corre agitada hacia el sur,
los litorales escudriñan el mar, donde descansa la tierra.
Se le asigna o elige cada país su color?
Lo que mejor convenga al carácter o a sus aguas nativas.
En topografía no existen preferencias; lo mismo es Norte que Oeste.
Más sutiles son los colores de los cartógrafos que los historiadores.




En la antología "La escuela de Wallace Stevens"

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