Hubo una voz en mí. Llamó consoladora
y dijo: «Ven aquí, vente,
deja tu tierra apartada y pecadora,
deja Rusia para siempre.
La sangre de la mano yo te limpiaré,
del corazón arrancaré la negra vergüenza,
con nuevo nombre yo te cubriré
el dolor de la derrota y de la ofensa».
Pero tranquila, indiferente,
con las manos tapé mis oídos,
para que esta lengua indecente
no ensuciará el espíritu afligido.
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