23.3.16

Anne Carson. Tú

La pregunta con la cual me quedo es la pregunta de su soledad.
Y prefiero postergarla.
Es por la mañana.

Asombrada luz anega la ciénaga de norte a este.
Voy entrando en la luz.
Una forma de postergar la soledad es interponer a Dios.

Emily sostuvo una relación a este nivel con alguien a quien llama Tú.
Describe al Tú despierto, como ella, toda la noche,
y plena de un extraño poder.

Tú corteja a Emily con una voz nacida del viento de la noche.
Tú y Emily influyen uno en el otro en la oscuridad,
jugando cerca y a la vez lejos.

Ella habla de una dulzura que «nos hizo uno».
Me siento intranquila con el modelo compensatorio de la experiencia religiosa femenina y aun así,
no cabe duda

que lindo tener a alguien con quien hablar por las noches,
sin tener que pagar el horrible precio del sexo.
Es una idea infantil, lo sé.

Mi educación, debo admitir, tiene muchas lagunas.
Las reglas básicas de la relación hombre-mujer
se transmitieron como por ósmosis en el ambiente familiar,
no se hablaba abiertamente.
Recuerdo un domingo en el asiento trasero del coche.
Papá al volante.

Esperábamos en la entrada a mamá,
quien apareció en una esquina de la casa
y vino a sentarse al lado de papá,

de traje amarillo Chanel y zapatos negros de tacón alto.
Papá la miró de reojo.
Estás enseñando algo de pierna, Madre, dijo

con una voz que yo (de once años) encontré inexplicable.
Me quedé mirando su cabeza atenta a lo que ella pudiera contestar.
Su respuesta lo habría aclarado todo.

Pero ella sólo se río con una risa extraña, enmarañada.
Mas tarde ese verano junté esta risa con la otra risa
que escuché al subir la escalera.

Ella estaba hablando por teléfono en la cocina.
Bueno, una mujer puede ser feliz solo con un beso en la mejilla
casi todo el tiempo, pero YA CONOCES A LOS HOMBRES,

decía. Risas.
Sin enredos ni espinas.
He llegado a mitad de la ciénaga

donde el suelo desciende a lo más pantanoso.
El agua del pantano está congelada.
Trozos de maleza dorada
se han adherido
bajo el hielo como mensajes.

         Vendré cuando estés más triste,
         Tendida sola en el cuarto oscurecido;
         Cuando el loco goce del día se desvanezca,
         Y desterrada esté la exultante sonrisa,

         Vendré cuando el sentir real del corazón
         Tenga su entero, equilibrado balance,
         Y mi influencia sobre ti robando
         En el dolor ahondando, la dicha congelando,
         Pueda lejos arrastrar tu alma.

         Escucha! Esta es la hora,
         La terrible hora para ti:
         No sientes sobre tu alma
         Extrañas sensaciones como de mar,
         Heraldos míos,
         Anunciando una fuerza mayor?

Muy difíciles de leer, los mensajes
entre el Tú y Emily.
En este poema ella invierte los roles,

habla no como víctima, sino a la víctima.
Escalofría ver al Tú moverse sobre el tú,
que yace solo en la oscuridad esperando ser dominado.

Duele darse cuenta que esta baja, lenta colusión
de amo y víctima en una voz
es una justificación

para la más terrible soledad en la hora del poeta.
Ella ha invertido los roles del tú y el Tú
no como una demostración de poder

sino para forzar desde sí misma algo de piedad
por esta alma atrapada en el vidrio,
su verdadera creación.

Esas noches recostada en abandono
se prolongan en este frío odioso amanecer.
Es lo que soy.

Es vocación de ira?
Por qué hacer del silencio
una Presencia Real?

Por qué inclinarse a besar este primer peldaño?
Por qué dispersarse, hundirse y replegarse imaginando
el vasto ser en quien pueda mi alma descargar su dolor?

Emily prefería el Salmo 130:
«Mi alma espera por Ti más que los vigías a la mañana,
digo más que los vigías a la mañana».

Me gusta creer que vigilar le procuraba refugio,
que su colusión con el Tú dio salida a la ira y al deseo:
«En ti son saciados como un fuego de espinas», dice el salmista.

Pero yo misma no creo en esto, no he saciado mi sed,
contigo o sin Ti, no hallo refugio.
Soy mi propio Desnudo.


Y los Desnudos tienen un destino sexual difícil.
He visto este destino manifestarse
en el indeciso paso de niña a mujer a lo que ahora soy,

del amor a la ira a esta fría médula,
del fuego al refugio al fuego.
Qué es lo opuesto a creer en un Tú?

Simplemente no creer en el Tú? No. Es demasiado simple.
Es la antesala de la confusión.
Quiero ser más clara.

Quizá los Desnudos sean la mejor vía.
Desnudo #5. Mazo de cartas.
Cada carta está hecha de carne.

Las cartas vivas son los días en la vida de una mujer.
Veo el brillo de una enorme aguja plateada atravesando el mazo de lado a lado una vez.
No puedo recordar el Desnudo #6.

Desnudo #7. Cuarto blanco cuyos muros,
sin relieves, sin curvas, sin esquinas,
están hechos de una extendida membrana blanca satinada

como carne de algún órgano interno de la luna.
Es una superficie viviente, casi húmeda.
Aspira y expira luminosidad.

Los arcoíris se estremecen al atravesarla.
Y entre las paredes del cuarto una voz murmura:
Sé muy cuidadosa. Sé muy cuidadosa.

Desnudo #8. Disco negro en el que los fuegos de todos los vientos
forman, anudados, una hilera.
Una mujer de por sobre el disco

al centro de vientos cuyas llamas amarillas sedosas
fluyen y vibran a su través.
Desnudo #9. Arcilla transparente.

Bajo la arcilla una mujer ha cavado una larga profunda trinchera.
En ella deposita pequeñas formas blancas, ignoro que son.
Desnudo #10. Espina verde del mundo traspasa

el corazón de una mujer
que yace de espaldas en el suelo.
De la espina brota sangre verde

sobre ella en el aire.
Tiene lo que es, dice la voz.
Desnudo #11. Al exterior el límite.

El espacio es de un negro azulado y brilla como agua sólida
desplazándose veloz en todas direcciones,
chirriando al dejar de lado a la mujer sostenida

de nada por la presión.
Ella se asoma y busca a donde ir, intenta levantar su mano pero no puede.
Desnudo #12. Viejo poste al viento.

Gélidas oleadas lo inundan
y lo convierten
en ajadas largas líneas negras,

deshilachados listones
se aferran al poste.
No alcanzo a ver qué los sujeta:

Muescas? Grapas? Clavos? De repente el viento cambia
y todas las hebras negras ascienden rectas en el aire
anudándose,

luego se desatan y lentas descienden.
El viento cesa.
Espera.

Ya para entonces, a mitad del invierno,
me encontraba fascinada con mi melodrama espiritual.
Después, terminó.

Pasaron los días y los meses y no vi nada.
Yo seguía mirando, sentada en la alfombra frente al sofá,
con las cortinas descorridas

con mis nervios al aire, casi descarnados.
No vi nada.
Las tormentas primaverales vinieron y se fueron.

La nieve de abril cubrió con sus enormes garras puertas y zaguanes.
Vi un bloque sobre el techo desprenderse
y al caer pensé,

Qué lento!, mientras se deslizaba en silencio,
aún así, nada. Ni los desnudos.
Ni el Tú.

Un enorme carámbano se formó en la barandilla de mi balcón,
así que me acerqué a la ventana e intenté atisbar a través del carambano,
esperando engañarme con alguna visión interior,

pero todo lo que vi
fue al hombre y a la mujer en la habitación del otro lado de la calle
haciendo su cama y riendo.

Dejé de observar.
Me olvidé de los Desnudos.
Viví mi vida,

la que sentí como una televisión apagada.
Algo había entrado y salido de mí y no podía ser mío.
«No es necesario temblar por la dura helada y el filoso viento.

Emily no los siente»,
escribió Charlotte al siguiente día del entierro de su hermana.
Emily se había ido libre.

El alma puede lograrlo.
Así se una al Tú sentados en el porche por toda la eternidad
compartiendo bromas y besos y bellas frías tardes primaverales,

tú y yo nunca lo sabremos. Pero puedo decirte lo que vi.
El Desnudo #13 llegó mientras yo no vigilaba.
Era de noche.

Muy parecido al Desnudo #1.
Y sin embargo totalmente distinto.
Vi una alta colina y en ella una silueta contra el duro viento.

Podía tratarse solo de un poste con un trapo viejo amarrado,
pero conforme me acercaba
me percataba de que era un cuerpo humano

tratando de sostener contra vientos tan terribles que la carne parecía desprenderse de los huesos.
Y no había dolor.
El viento

pulía los huesos.
Se mantuvieron plata necesaria.
No era mi cuerpo, no un cuerpo de mujer, era el cuerpo de todos.
Salió de la luz.


En "La escuela de Wallace Stevens"


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