16.7.16

Louise Erdrich. Remedio para el amor


        Para Lise

Aún sigue lloviznando
en Wahpeton. Las pickups
chisporrotean bajo la luz de neón
de las antimoscas de la heladería.

Theresa sale con una remerita verde y cadenas
que brillan en su garganta.
Esta libélula, mi hermana,
encaja mejor que yo
en esta noche de aguas crecientes.

El Río Rojo se agranda para tragarse el puente.
Ella se ríe y deja a su macho en el Dodge.
Él desatraca para buscarla
dejando un surco largo en la neblina.

Y más tarde, en la cresta de la inundación,
cuando los pilotes se arrancan de sus anclajes
y se tiran a la corriente,
ella tropieza contra los puñetazos de un hombre.
Se hunde en el pasto mojado
y una bota le planta su mueca
entre las arcadas de la cara.

Ahora va a tientas hacia su casa en la oscuridad.
El blanco violeta de los faroles de la calle
hierve de insectos,
y los árboles se inclinan doloridos y vacíos.
El río pega contra la estructura del dique, insistente.

La encuentro hecha un ovillo en las raíces de un álamo plateado.
La encuentro tendida en la plaza, donde toda la noche
los animales dan vueltas en sus jaulas.
La encuentro en una cuneta quemada, en un campo
que se atraganta con la lluvia,
ráfagas de lluvia barren de arriba abajo
hasta ese río aferrado al puente.

Vemos que ahora la masa de la luna se ha levantado y el agua,
tan profunda como puede fluir,
deja de crecer. Esperamos que la noche nos lleve adonde
cesa la lluvia. Hermana, no hay nada
que no me animaría a hacer.




En "De la nieve, los pájaros"
     

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