9.8.16

Margaret Atwood. Una especie de amor, tras una pintura de Hieronimus Bosch

En primer plano hay un montón de piedras,
cada una pintada por sí misma
y en detalle.

Hay un hombre, sentado,
tras el hombre hay una colina,
con forma de tumba de tierra
o de pudin,
con matorrales de maleza, las hojas iluminadas
por el color sereno de ojos del cielo.
A media distancia, una línea invisible
tras la que las cosas se vuelven
de pronto más azules.

A los pies del hombre hay un león,
con la piel de felpa y embotado,
y en primer plano a la derecha, una criatura
parte pájaro, parte tetera,
parte sombrero y parte lagarto
sale de una cáscara de huevo.

El hombre mismo, en sus ropas
del rosa acallado del final de los dedos
mira fijamente a la mujer
pequeñita que está suspendida
en el aire sobre su cabeza.

Ella tiene alas, pero no se mueven.
Es azul, como el fondo,
denota santidad o lejanía
o quizá una ausencia de cuerpo.

Levanta una mano en un gesto
de bendición que resulta algo acartonado.
La otra mano apunta a la tierra.

No hay sonido en este cuadro,
luz sin sombras.
Las piedras están quietas.
La superficie es clara
y sin textura.




De "Luna nueva"
    

No hay comentarios: