15.8.16

Olga Orozco. Miss Havisham

      Cuando la ruina sea completa, me extenderán,
      ya muerta y vestida con mi traje nupcial,
      sobre la mesa de la boda.
      Charles Dickens, Grandes esperanzas

Aquí yace Miss Havisham,
lujosa vanidad del desencanto.
Un día se vistió para la dicha con su traje de muerte,
sin saberlo.
Era la hora exacta en que alcanzaba la música de un sueño
cuando alguien cortó con duro golpe las cuerdas mentirosas del amor,
y quedó desasida, cayendo hacia lo oscuro como una nube rota.
Todo fue clausurado.
No invadir el recinto donde una novia hueca recogió para el odio los escarchados trozos de su corazón.
Quien entró fue elegido para expiar ciegamente todo el llanto.
No levantar los sellos.
Las manos de la luz habrían dispersado los flotantes ropajes,
los manteles roídos por tenaces dinastías de insectos,
las aguas del espejo enturbiadas aún después de la caída de la última imagen,
los lugares desiertos donde los comensales serían vamos deudos
alrededor de una desenterrada,
de una novia marchita fosforeciendo aún en venganza y desprecio.
Ahora ya está muerta.
Pasad.
Esa es la escena que los años guardaron en orgulloso polvo de paciencia,
es la suntuosa urdimbre donde cayó como una colgadura envuelta por las llamas de la muerte.
Fue una espléndida hoguera.
Sí. Nada hace mejor fuego que la vana aridez,
que ese lóbrego infierno en que está ardiendo por una eternidad,
hasta que llegue Pip y escriba debajo de su nombre:
                                  "la perdono".




De "Las muertes"

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