15.10.16

Maxine Kumin. Haciendo dulce sin vos

      Para Judy

Anciana hija, pequeña de plumas
bajo los aleros en un pueblo de postal
con torretas y torres,
voy poniendo un sueño en tu cabeza.

Escuchá! Acá es de tarde.
La lluvia cae como balas.
Estoy en la cocina
ese harén de buenos aromas
donde hemos chocado caderas y
resquebrajado las alacenas con nuestras charlas
mientras la cocina bailaba con las ollas
y no estaba claro quién actuaba
de madre. Ahora estoy
pisando zarzamoras
para hacer el dulce de todos los años
en un blanco capullo de vapor.

Tomalo, mi durmiente. Traducilo
a cualquiera de tus tres
idiomas y diecinueve años.
Cambiá la geografía.
Que haya una montaña,
las gordas vacas con sus cencerros repicando
como las campanas de una catedral.
Que haya alguien a tu lado
mientras encontrás las ruinas
de un schloss, todo cubierto
con un glorioso matorral,
sus enredaderas suaves como la lana.
Dejalo traer los baldes
cargados en sus brazos de ángel
y que las bayas, más vastas
que cualquier búsqueda por
las suaves colinas de Nueva Hampshire,
caigan en tu cubeta grandes como ciruelas,
pesadas como los ojos
de cualquier perro honesto
y puedan cargarlas
juntos a casa hasta una rústica
cocina cuadrada y blanca
no tan distinta de ésta.

Ahora que sus dos cabezas
se toquen por sobre la olla,
sobre la sangre de las bayas
que maman azúcar y sol
sobre aquel hervor espeso como el alquitrán
que el amor no puede menguar.
Más claro que
los adornos de las repisas,
llenándose con los frascos de dulces,
más seguro que
la luz que los traspasa
banales como rubíes, lo veo a él
a tu lado, tan pálido como parafina.
A vos, cortando
pan recién horneado para untarlo
con el brillante y majestuoso abrigo.

A esa altura
levanto la solapa de tu sueño
y me escurro más delgada que una astilla de hielo
mientras sus dos bocas se abren
para la dulce mancha púrpura.




En "De la nieve, los pájaros"

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