6.10.16

May Swenson. En el cuerpo de las palabras

Para Elizabeth Bishop

(1911-1979)

Plateadas bajo el sol las puntas de los juncos. Un viento frío
las mece, silba entre las agujas de los pinos.
De tanto frío, el cielo se hizo más azul. Pájaros se desplomaron
sobre las manchas del patio: el pecho blanco del trepador, metal
el tordo, cardenal el color de la sangre.

Hasta hoy en Delaware, Elizabeth, me entero
de que has muerto en Boston hace una semana. Cómo
te fuiste de este mundo sin yo saberlo?
Tu cuerpo se volvió ceniza sin darme cuenta. Por qué no hubo
un temblor de tierra o aire? Ni un escalofrío en nuestros nervios?
Cómo creer? Cómo lamentar?

Paseo por la ribera. Desgastada como tierra por el viento.
Chillan las golondrinas. Denso derrumbe del oleaje.
La brisa rasga la orilla de mis ojos. Corrientes de sal hielan mi cara.
Breve es la vida como pluma en el descenso. O como abierta concha
arrojada a la orilla, enterrada en la arena... Mas la visión pervive!
La visión, potente, vivificante, habita en el cuerpo de las palabras.
Pervive tu visión, Elizabeth, tu palabra
de boca en boca perpetuada.

Han pasado dos días. El tiempo suficiente, como para olvidar
la muerte. Como si tú no hubieras muerto antes de yo saberlo.
Por instantes regresé a los momentos cuando todo estaba bien.
Podría hoy llamar a Boston, decirte: Hola... Ay, no!
El casete del tiempo solo avanza. No se puede repetir.
La luz duele. Pero el cielo sigue opaco. Camino por la ribera.
Sale del oleaje un rojo labrador: juguetón, vigoroso,
jadeante. En un principio no me percato de su lesión.
Le falta la pata derecha. Presagios...
Me pareció ver una liebre en el patio por la mañana.
Era una ardilla de cola mutilada. Distorsiones...

Hoy, el océano de nuevo es gris, viejo y arrugado aluminio
sin brillo. Nada que mirar en la vastedad.
Excepto, a lo lejos, bajo las lentas olas, una larga
línea negra tupida de cormoranes que van hacia el sur.
Retazos de niebla gris engullen las conchas de la playa,
su límite trazado por un tropel de gaviotas,
tus gaviotas, Elizabeth!, sus veloces patas
como pequeños rayos de bicicleta.

Apenas perceptible el hilo de la cometa.
Gira y desciende rozando las puntas lejanas de las olas.
Ahora vira, se ve más pequeña y se dirige al más allá.
Se desliza en el horizonte. Se desvanece.

Pero la visión pervive, Elizabeth. Su visión se multiplica,
crece en el cuerpo de las palabras.
No se desvanece, tu visión se multiplica en todos los ojos,
tu palabra, de boca en boca perpetuada.

   Bethany, Delaware
   Octubre 13-15, 1979




En la antología "La escuela de Wallace Stevens"

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