13.2.17

Forugh Farrojzad. Aquellos días

Se fueron aquellos días,
aquellos buenos días,
aquellos sanos y completos días,
aquel cielo lleno de lentejuelas,
aquellas ramas repletas de cerezas,
aquellas casas adosadas, cubiertas por la hiedra,
aquellas azoteas de los traviesos cohetes,
aquellas calles ebrias de la fragancia de las acacias.

Se fueron aquellos días,
aquellos días en los que de la abertura de las pestañas
me borboteaban las canciones como globos llenos de aire.
Mis ojos bebían,
como leche fresca,
todo cuanto contemplaban,
como si entre mis pestañas
hubiese un nervioso y alegre conejo
que cada mañana, junto con el viejo Sol,
fuese a las desconocidas praderas de la búsqueda
y, por las noches, se hundiese en la oscuridad de los bosques.

Se fueron aquellos días,
aquellos nevados y silenciosos días,
en que desde la ventana de una cálida habitación,
miraba fuera, cada instante.
Mi limpia nieve,
como una suave lana,
caía lentamente
sobre la vieja escalera de madera
sobre el flojo tendedero del árbol,
sobre la cabellera del viejo pino,
y yo pensaba en el mañana
-oh, mañana!

Un blanco volumen escurridizo
empezaba con el ruido de la capa de la abuela
y con la aparición de su confusa sombra
en el marco de la puerta
-que, de repente, se desataba
en la fría sensación de la luz-
y con la imagen perdida del vuelo de las palomas
en los cristales de colores.




De "Noche en Teherán"
    

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