30.3.17

Denise Levertov. Escritor y lector

Cuando me viene un poema
y se abre camino a la luz del día,
casi completo, desde el brazo, la mano, la pluma
a la página, o si requiere
varios borradores, tras añadirle
cambios, injertándole
lo que le falta,
desenredándolo de sus excesos
hasta que puede respirar
solo y dejarme:

entonces siento fervor por ser
escogida para este
oficio; y deleite y una sensación de destino
extraña y familiar.

Pero cuando oigo o leo
un poema perfecto, creado
por otra persona, alguien de quien quizás
no haya oído hablar antes -un poema
que me trae visiones frescas, con una música
que jamás pensé que podría oír,
algo conmovedor, un nuevo
vuelco de dolor, de esperanza, un poema
que tiembla con un poder
vital propio-,
entonces siento que algo me atrapa
fuera de ese fervor aislado, de ese gozo solitario, hacia
lo que los cantantes sienten en un gran coro
donde participan con humildad y pasión
de armonías que se combinan para formar
olas y ondas en un océano de música,
y donde luego callan para oír cómo el aria
los cubre con una idílica quietud.


De "Arenas del pozo"
    

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