18.3.17

Louise Glück. La musa de la felicidad

Las ventanas cerradas, el sol que asoma.
El sonido de unos pocos pájaros:
el jardín empañado por un ligero vaho de humedad.
Y la inseguridad de la gran esperanza
esfumada de repente.
Y el corazón aún alerta.

Y mil pequeñas esperanzas que nacen,
no nuevas pero sí recién admitidas.
Afecto, comer con amigos.
Y la estructura de ciertas
tareas adultas.

La casa limpia, en silencio.
La basura que ya no es necesario sacar.

Es un reino, no un acto de la imaginación:
y todavía muy temprano,
se abren los capullos blancos de penstemon.

Es posible que por fin hayamos pagado
con suficiente amargura?
Que no se exija sacrificio,
que la angustia y el terror se hayan considerado
suficientes?

Una ardilla corre sobre el cable del teléfono,
con una corteza de pan en la boca.

Y la estación demora la llegada de la oscuridad.
De manera que parece
parte de un gran don
que ya no hay por qué temer.

El día despliega, pero muy gradualmente, una soledad
que ya no hay por qué temer, cambios
leves, apenas percibidos...
el penstemon que se abrió.
La posibilidad
de seguir viéndolo hasta el fin.




De "Las siete edades"
     

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