17.4.17

Anne Michaels. Vigor azul

Pienso que si has vivido una guerra
o si has levantado tu hogar en un país
que no es el tuyo o si has aprendido
a amar a un solo hombre,
entonces tu vida tiene una historia.

A ocho mil pies por encima de las plegarias del mar
navegan las cuatro colinas del Ngong.
El Viento del Este - "el caballo favorito del Rey Salomón",
sigues la ruta del monzón hasta mi granja,
el desierto en tu ropa y pelo.

Si amas a otro hombre que no sea tu marido,
tu vida se convierte en la historia que todo el mundo cuenta.

Durante meses nos quedamos inmóviles como animales
alertas ante el enemigo. Acechábamos con la tensa
pasividad de lo inevitable.
Con la paciencia y la impaciencia de la obsesión.

Te aprendo
como aprendí el río 
a las afueras de mi granja,
no puedo verlo desde la casa,
pero adivino su senda en las acacias
que crecen a su vera.

Lo que no puedo prever
me lleva hasta ti.
En representación del más alto deber
mi marido me hizo un regalo perdurable.
Gangrenada por su mal d'amour,
tuvieron que enviarme a casa.
Casi treinta años, de vuelta a casa de mi madre.
Cuando pude volver a caminar, su brazo menudo
me guiaba por el jardín,
las manos de la peonía relucientes
como los acres de café que dejé atrás.
Me apoyaba en ella,
echando de menos su juventud y la mía.
Volver a casa.
Aunque el matrimonio se había acabado,
tenía la granja.
Aunque no nos habíamos tocado aún,
suspiraba por Ngong y por tu cuerpo.

Insomne en el barco
me agarraba con fuerza a la barandilla
inclinándome hacia el futuro.
Negar la felicidad de los demás
al negártela a ti mismo
solo es cosa de la miseria humana.

Sé cuál es tu precio
porque te das a ti mismo
justo cuando te vas.
Cada encuentro pule nuestra forma de sentir,
juntos somos piedras transmutándose en joyas,
judías laqueándose en el secador de café
relucientes bajo las linternas.

Cuando nos quedábamos en tu casa
sobre el Tankaunga, la luna permanecía firme
a las sacudidas del cielo.
Tan vivos como remansos de coral,
en los que el agua labra la piedra
y la piedra labra el agua.

Cada vez que vuelves 
me pides otra historia.
Tu forma de escuchar me permite amarte
cuando te has ido.
Mi carencia nos habría encerrado a ambos en mí
sacándome de mi piel
como a un insecto bajo el dosel por la noche,
si no fuera por las palabras.
Cada día escribo para saludarte.

Esas mañanas en las que tu ausencia enfría
un lado de la cama,
me levanto a la ventana para amarte,
las colinas del Ngong me acogen.

En cada despedida 
mi corazón se ve forzado a ensancharse,
porque la única manera de amarte,
es amar cada partícula de naturaleza
y cada parte animal de la vida
-músculo, piel y hueso-
que se estira, se mueve con rapidez y se oculta
a la vista desde esta habitación.

Y ahora que has aprendido a volar,
y que realmente cabalgas el Viento del Este del Rey Salomón,
tengo que amar el aire.




De "Miner's Pond"
     

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