15.6.17

Amy Clampitt. Un sol barroco

rompiendo una cúpula tal
como podría esperar un Michelangelo,
quejoso de haber encontrado sólo alisos y percebes
y gaviotas disputando los arenques de siempre,
regala a las volutas plateadas de la ensenada
los tonos indiferentes de la piel de un ángel
de Crivelli: una región,
un clima y un punto de vista
aún sin sentarse, salvo el faro
como un campanario, de cuyo reflejo
de ángelus nocturno podrías suponer
que la costa de Maine tuviera a Europa
en mente o en un hueso, como si fuera
una especie de enfermedad.




En "De la nieve, los pájaros"
   

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