6.6.17

Maxine Kumin. Cambiando a los chicos

La ira lo hace.
Deseando el furioso deseo
convierte al hijo en un cuervo,
a la hija, en puercoespín.

Bastante pronto, no importa cómo,
queremos que sean felices
nuestros pequeños queridos, no
importa cuánto los empujemos
hacia nuestro sol que quizás
brille sobre ellos, lloran para
quedarse en la mercería.
La furia arrasa.
La furia se encapricha.

Ahora el hijo negro-barniz en un árbol,
cuervo regañon, denuncia la raza
de padres, y la hija dorada
toda arqueada con cerdas encrespadas
deja garabatos sobre la corteza del árbol
escribe cómo el Sin Nombre
la acosó en la oscuridad.

Cómo poner fin a ese hechizo cruel?
Bajar al hijo del árbol con un rifle.
Meter gusanos entre sus plumas
que lo devoren hasta la esencia ósea de niño.

En primavera, cuando el puercoespín llega
todo furtivo y contoneante para alimentarse de los sauces
sorprenderla con un mazazo
la niña atrapada saldrá volando
gritando Papá! o Pablo!
o, tal vez, Precioso?

Y viviremos en la gloria
durante un año y un día hasta
que la rabia legítima de padres
esta vez despache al muchacho
en el uniforme de un sapo
que vomita verrugas contagiosas
mientras que la niña se reduce a una araña
obligada a hilar desde sus costuras
la saliva del falso arrepentimiento.

Eventualmente los recuperamos.
Ahora son adultos.
Son muy parecidos a nosotros.
Se despiertan por la mañana sin remedio.
No hay virgen entre ellos.
Somos corteses el uno con el otro.
Nos paramos en la cocina
cortando el pan, secando las cucharas
y sintonizamos el pronóstico meteorológico.



En "De la nieve, los pájaros"
    

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