El conductor del tranvía conducía su tranvía. Bajo un sol abrasador, los rieles brillaban como dos lombrices relucientes que se deslizaran a flor de agua, estirándose contrayéndose, una y otra vez, larguísimas lombrices, cimbreantes y resbaladizas que serpenteaban sin fin, sin fin... El conductor mantenía la mirada fija en esos dos carriles ondulantes, sin volverse loco.
De "Bloqueados"
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