21.9.17

Tess Gallagher. El bosque que intentaba ella decir

Esta noche me compadezco de todos:
de quienes inspiran piedad y de quienes
son besados.

   Marina Tsvietáieva

Las alas angélicas de los abetos
no sirven para volar. Son los brazos fragantes
de un espíritu majestuoso que ostenta la forma
de un momento no vivido, cuando el mundo,
en todo su infortunio y esplendor, desapareció.
Visitar lo más recóndito del bosque a donde
no llega el sol, supone decirle al corazón,
que es siempre un escombro: "Ama como si
te fueran a corresponder", y, con esa ficción,
obligar al amor a abrirse,
como la red invisible que tiende al pájaro con su vuelo
entre las ramas. Aquí la ternura
ha exprimido a la luz, hasta volverla infusión.
Por qué es el amor tan vengativo y ausente,
sólo porque un beso de diamante
haya caído de su boca, como marchita
intención, contra mi garganta?
Acaso no quería que pensaran en él aparte
del amor? Ángel, esas alas
no sirven para volar: son un desafío
al tráfico endemoniado
de la llanura sin alma. Esto
es el bosque o, al menos, una
breve espesura, siempre arrodillada. Nos adornan
y nos adoran aquí, porque lucimos la herida
de un amor imposible.
Ángel, no me mires como si me hubieran
expulsado y fuese patético. Esto es el Edén
y los dioses están en otra parte. Ángel,
también nosotros seremos expulsados. Caeremos
y seremos esa otra naturaleza.




De "El puente que cruza la luna"
     

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