24.10.17

Denise Levertov. Para los menos amados por los dioses

Cuando descubres
que tu obra reciente vuelve a transitar por la senda
de pasadas décadas, te preguntas, con pavor,
"me habré quedado sin vocación? Habré dicho ya todo lo
que tenía que decir?".
            Hay un remedio
-uno sólo- contra la parálisis que te aprieta la garganta para dejarte sin voz,
y con las manos inertes: recordar a los grandes, recordar a Cezanne
si tregua sur le motif, su montaña
un infatigable ángel del mediodía con el que se batía como Jacobo,
exigiendo una bendición reacia. O recordar a James ensayando
el mismo tema una y otra vez, la pérdida
de la inocencia y la adquisición
(nota a nota, cada una con su tono,
hasta que por acumulación suena un acorde) de la sombría
conciencia. Cada vida en el arte
sale al encuentro de dragones que resurgen de sus escamas sangrientas
en cíclico ritmo: aprende y olvida, aprende y olvida.
No es sólo
la pasión por la obra bien hecha (que también)
sino cómo las
radiantes epifanías persisten, persisten,
prísticas, desapercibidas, arrebatadoras...
hasta que te quedas atónita al reconocerlas. Y ahora mira,
esa luz que se curva, la sombra de un ala,
es una de ellas, sin voz. Puedes seguir, has de
continuar.


De "Arenas del pozo"
    

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