22.3.18

Colette. El perro Toby le cuenta al gato Kiki lo que ha pasado después de que su ama leyera algo que la molestara...

"Estoy harta!" -exclamó-. Quiero..., quiero hacer lo que me dé la gana!"
»A este grito siguió un atemorizado silencio, pero desde el fonod de mi alma yo le decía: "Quién te lo impide, oh tú que reinas en mi vida, tú que casi lo puedes todo, tú que un frunce involuntario de tus cejas, arremolinas las nubes en el cielo?"
»Pareció oírme y prosiguió un poco más tranquila: "Quiero hacer lo que me dé la gana. Hacer pantomima, hasta comedia. Quiero bailar desnuda si la malla me molesta y humilla mi plástica. Si me da la gana quiero retirarme en una isla o frecuentar mujeres que vivan de sus encantos, con tal de que sean alegres, extravagantes, hasta sensatas y melancólicas como son numerosas mujeres de vida alegre. Quiero escribir libros castos y tristes, donde no haya nada más que paisajes y flores, tristeza, orgullo y candor de los animales encantadores que se asustan del hombre... Quiero sonreír a todos los rostros amables, apartarme de la gente fea, sucia y que huele mal. Quiero querer a quien me ame y darle todo lo que es mío en este mundo, mi cuerpo rebelde, al reparto, mi corazón tan dulce y mi libertad... Quiero, quiero..." Creo que si esta noche, alguien se atreve a decirme: "Vamos, hija, vamos", pues lo mato... O le saco un ojo, o lo meto en el sótano. 
(...)
»"Estoy harta, les digo!" gritaba a personas invisibles y yo, desdichado de mí, temblaba bajo la mesa. "Y no veré más a esas tortugas!"
KIKI EL REMILGADO.- Esas qué...?
TOBY PERRO.- Esas tortugas, estoy seguro de la palabra. Qué tortugas deben ser? Nos oculta tantas cosas, "Esas tortugas son dos, tres, cuatro bonitos nidos de currucas, que se cuelgan de él, lo arrullan, le escriben: "Tesoro, si Ella se muere, te casarás conmigo?" Imagínate! Él ya se casa con ellas, una detrás de otra. Él podría escoger. Prefiere coleccionar. Él necesita -pues ellas piden- la mujer de mundo, con una afección en la piel, que se interesa por la música y hace faltas de ortografía, la virgen madurita que le escribe con letra serena de contable las mil y una barbaridades, la americana morena, de lisos muslos y toda la retahíla de las endemoniadas locuelas, de cuellos lisos y cortos cabellos que vienen, con las pestañas bajas y las caderas cimbreantes, a decirle: "Oh, monsieur! Yo soy la verdadera Claudine." La verdadera Clauidne y la falsa menor, tú lo has dicho! Todas desean mi muerte, me inventan amantes, me rodean con su desenfadado corro. Él, débil, Él, veleidoso y enamorado del amor que inspira, Él, que saborea tantísimo ese juego de sentirse enredado entre cien dedito ganchudos de mujeres... Él ha soltado en cada una el animalito malo y sin escrúpulosm tan poco domado por la educación y ellas han mentido, fornicado, puesto cuernos, con alegría y furor de arpías, tanto por odio hacia mí como por amor hacia Él.
»Adiós, adiós a todo, Adiós a casi todo. Se las dejo. Un día quizá las verá como las veo yo, con sus caritas de cerditos glotones, y huirá asustado, estremecido, asqueado de un vicio inútil."
»Yo jadeaba tanto como Ella, emocionado por su violencia. Ella oyó mi respiración agitada y se puso a cuatro patas, la cabeza debajo del tapete, junto a la mía.
»"Sí, inútil, mantengo la palabra. No será un cochino pequeño dogo lo que me haga cambiar. Es inútil, si no me quiere lo suficiente o desconoce el amor verdadero... Qué? Mi vida también es inútil? No, Toby Perro. Yo amo! Quiero tanto a todo lo que amo! Si supieras cómo embellezco a todo lo que amo y que placer siento al amar! Si supieras comprender de qué fuerza y qué debilidad me llena lo que amo! A eso es la que llamo el roce de la dicha. Roce de la dicha, impalpable caricia que traza a lo largo de mi espalda un aterciopelado surco, igual a la punta de un ala que roza una ola. Estremecimiento misterioso presto a fundirse en lágrimas, angustia ligera que busco y que me posee ante un paisaje amado, plateado por la bruma, ante un cielo en el que florece, al alba, bajo el bosque donde el otoño sopla un aliento maduro y almidonado. Tristeza voluptuosa de un final de día, brinco sin motivo de un corazón más agitado que el de un corzo, tú eres el roce de la dicha, tú que lates en el seno de las horas más colmadas, y hasta en el fondo de la mirada de mi amigo más fiel.
»"Y te atreverás a decir que mi vida es inútil? (...)
»Y se pudo a hablar incoherentemente: "Pues me da la gana de hacer lo que quiero. No llevaré mangas cortas en invierno ni en verano cuellos altos. No me pondré sombreros con lo de atrás adelante y no iré más a tomar el té en Runmel's, no... Redelaperger. Nada. Y no iré más a los vernissages porque por las tardes se anda entre montones de gente y por las mañanas esas bóvedas resultan siniestras, allí se estremece un gentío desnudo y transido de estatuas en medio del olor a sótano y yeso fresco. Es la hora en que algunas mujeres tosen, vestidas con finos trajes, y unos cuantos hombres vagan con el lívido rostro de haber pasado la noche allí, sin hogar, ni techo.
»Y el monótono público de los estrenos no verá más mi sonrisa abatida, mis pupilas que se hunden porque los entreactos son largos y por el esfuerzo que necesito para impedir que mi rostro envejezca, esfuerzo reflejado por cien caras femeninas, rígidas de fatiga y orgullo defensivo... Me oyes? -exclamó Ella- Me oyes, sapo chato, pequeño dogo cardíaco demasiado susceptible? Ya no iré más a los estrenos, si no por el otro lado del escenario. Bailaré en escena, bailaré desnuda o vestida, por el único placer de bailar, de armonizar mis movimientos con el ritmo de la música, de girar, cegada de luz, ciega como una mosca en un rayo. Bailaré, inventaré hermosas danzas lentas donde a veces el velo me cubrirá, a veces se tenderá detrás de mí, como la vela de una barca. Seré estatua, jarrón animado, animal saltarín, árbol que se cimbrea, esclava ebria.
»Toby Perro, lleno de sentido común, óyeme, nunca me he sentido más digna de mí misma. Desde el fondo del severo retiro que me he creado en mi interior, a veces me río en voz alta, despertada por la voz cordial de un maestro de ballet italiano. "Eh, preciosa, en qué piensas? Te estoy diciendo: dos saltos y otro pequeñito para acabar."
»La familiaridad profesional de ese deslumbrante meridional no me ofende ni tampoco la amistosa despreocupación de una pobre pequeña trotona de cincuenta francos al mes, que, resignada, se lamenta: "Nosotros los artistas, no hacemos siempre lo que queremos, verdad?" Y si el regisseur, vuelve a mí en el curso de un ensayo su hocico de dogo bonachón gargajeando: "Qué pena que no podáis cerrar el pico!" No pienso en molestarme con tal de que al regreso, cuando tire al vuelo mi sombrero en la cama, una voz amada, un poco velada, susurre: "No te has cansado mucho, amor mío?"
»La voz de Ella se quebró al decir estas palabras y repitió como para sí, con una sonrisa reprimida: "No te has cansado mucho, amor mío?", y luego, de repente, estalló en lágrimas nerviosas, lágrimas vivas, redondas, apresuradas, como gotas deslumbrantes que saltaban alegremente en sus mejillas... Y yo... Ya sabes, cuando Ella llora siento que la vida me abandona.»


De "Music-Hall"
En "Doce diálogos de animales"
    

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